Tierra mojada
Elena Camarillo
Tierra mojada. Aquí en estas tierras desérticas de la Baja California Sur ya lleva 15 años y no termina de asombrarse. Nomás se baja la palanca del motor, y ya, sale agua a borbotones. Piensa en su Michoacán, donde nacieron sus hijos, criaturas que lo vieron batallar para traerles tortillas y frijoles a su mesa. La había hecho de jornalero, arriero, comerciante—como Dios le había dado licencia—pero a sus hijos nunca les faltó comida. Nunca dejó de terquearle. Nunca dejó de sembrar, aunque fuera para ganarse unos cuantos centavos. No fue fácil porque, desde que nació Bartolo, su primer hijo, ya le quedaba muy claro que las tierras de Michoacán no daban como antes. Parecían ancianas—agrietadas, resecas, sin fruto. Qué diferencia a cuando él estaba chamaco y le ayudaba a su papá a cultivar melones y sandías al lado del río, no necesitaban más que cuidar que no se los robaran. Pero no era para menos, piensa. Durante la revolución, cuando se andaban matando los unos a los otros, regaban las tierras con sangre, tripas y carne. ¿Qué maneras eran esas de tratar las tierras? Las tierras son sagradas. En vida nos dan el sustento con su fruto; en muerte, el descanso eterno en sus entrañas. ¿Qué se podía esperar al maltratarlas? Nunca le perdonaría a su patria que lo obligara a matar a sus propios hermanos. De muy joven, antes de sentar cabeza, anduvo en la revuelta dizque defendiéndola, matando a lo tarugo, hasta que un día se levantó de madrugada, y en vez de ensillar el caballo de su coronel, se peló de la revolución. Él y unos cuantos más anduvieron escondiéndose en los cerros para que no se los rajara su coronel. Sólo bajaban en la noche a robar comida. Estaban esqueléticos, harapientos y hediondos. La gente era buena, piensa. Varias veces les dejaron comida en sus patios. Qué tristeza al ver desde las alturas las humaredas y saber que su coronel andaba quemando los plantíos de frijol y maíz. A él le rugía la panza, pero ¿qué culpa tenía el pueblo? No en balde las tierras dejaron de producir, y el agua ni se asomaba. Para él que hasta las lluvias se habían amuinado.
Nunca olvidaría la algarabía de sus vecinos al caer varias lluvias seguidas. Luego, luego las tierras respondieron verdecitas. Bartolo tendría como 5 o 6 años y al ayudarle a desahijar los surcos se llevó hasta las verdolagas. Lástima que lo regañó tan feo. Es que cuando uno no tiene mucho, un poquito es mucho y el pobre chamaco la pagó. Pero como dicen, no hay mal que por bien no venga; se hizo fuerte, creció muy luchón. Ya cuando se casó y le empezó a crecer su propia familia, hasta se fue al Norte a probar suerte. Le terqueó mucho. Aquí, en Baja California Sur, se ganó las tierras quitando chollas a pleno rayo del sol. ¡Qué friegas se metió! Pero quién lo viera ahora, bien dado su hijo, todo un agricultor, dueño de hectáreas y hectáreas. Para regar sus sembradíos solo baja la palanca del motor, y ya. Pensar que en Michoacán la gente se la pasaba volteando a ver el cielo, las mujeres hasta hacían novenas a la virgen para que cayera una lluviecita. Aquí el agua sale desde muy debajo del suelo, desde unos tales mantos acuíferos. Qué lluvia ni qué nada. Estas tierras desérticas engañan con espinas, pero son nobles, inocentes—no saben de sangre, ni de quemazones, ni de revoluciones. Reciben el agua gustosas y se vuelven fértiles.
Acerca de la autora: Elena Camarillo es originaria de Baja California Sur, México. Obtuvo el título de Ingeniera en Sistemas Computacionales en el Tecnológico de Monterrey. Posteriormente a graduase se mudó a los Estados Unidos para integrarse a Microsoft Corporation. Se desempeñó en esta compañía como Ingeniera en Diseño de Software antes de dedicarse a la crianza de sus hijas y descubrir su vocación por la escritura creativa. Obtuvo el diplomado de Escritura de Memorias por la Universidad de Washington.
Ha sido miembro activo de la sociedad de padres de familia en el Lake Washington School District, así como de los grupos de escritores Eñes en Seattle y Seattle Escribe, donde fue parte de la primera mesa directiva y fungió como Directora de Eventos Educativos.
Es autora de la "Oda al Reciclaje" utilizada para la campaña de reciclaje en español de Waste Management en el estado de Washington. Actualmente escribe una novela histórica basada en las experiencias de sus abuelos paternos durante la colonización del valle agrícola de Santo Domingo en su estado natal.
Elena también es fundadora y directora del Congreso de Chingonas.