Rita Wirkala
Antes de entrar a la sala de clase, formábamos fila por orden de estatura. Apenas un tantico más baja que yo, el lugar de Amelia era frente al mío. Día tras día yo le pellizcaba el cuello, y ella callaba. Mi madre era la maestra de música del pueblo. Por eso, ya a los seis años, yo tenía mis prerrogativas. Amelia era huérfana de madre y solo tenía humildad.